Ayer tuve la ocasión de volver a ver la magnífica película de Fernando Fernán Gomez, Viaje a ninguna parte, sobre la difícil vida de los actores en los años de la posguerra española. Actores por vocación, por tradición familiar o por otras diversas causas, un trabajo que al igual que ahora es un compendio de alegrar la vida a los expectadores, incentivar el acceso a la cultura, propiciar el mantenimiento de una actividad económica y de empleo y hacer una sociedad más culta.
Relataba en tono tragicocómico las vicisitudes de una compañía que se encontraba ,como se encuentra siempre la cultura, en la fina linea que separa o une los avances técnicos, las nuevas necesidades de la sociedad ante el acceso a la cultura o las nuevas formas de exponer proyectos culturales.
Pero sobre todo reflejaba la dignidad de unos profesionales que amaban y vivían una profesión que siempre ha estado en situaciones inestables. Pero que un país que desea avanzar no puede dejar a su aire. La cultura nunca es un gasto es una inversión.
Y por ello las medidas que se tomen siempre deben ser muy meditadas. Porque pueden hacer un daño a los profesionales, y a los futuros generaciones que podrían tener en esta profesión su futuro; y a los ciudadanos que necesitan del acceso a la cultura para progresar y ser cada día más cultos y contribuir a desarrollar un país con más nivel de ciudadanía.
Por eso es difícil entender la brutal subida del IVA al mundo cultural. Pues actúa negativamente en las dos direcciones. En la de facilitar el acceso a la vida cultural de los ciudadanos y en posibilitar una vida digna y más estable a los profesionales. Ambas cosas fundamentales en una sociedad moderna y de bienestar.
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